martes, 18 de septiembre de 2007

Niños deseados



Nada mas importante que la felicidad de los niños para alcanzar la Colombia civilizada y prospera que queremos. Una niñez que crece feliz, amada, bien alimentada con acceso a jardines infantiles y colegios hermosos, a clase de música o pintura o a las instalaciones deportivas que le permitan desarrollar su potencial será un adulto tolerante y constructivo. Pero lo primero que exige la felicidad de nuestros niños es que sean deseados.

La encuesta nacional de demografía y salud encuentra que mas de la mitad de las niñas y los niños Colombianos no son deseados en la concepción; y mas de uno de cada cuatro, el 27%, no son anhelados siquiera en el momento del nacimiento. La madre no lo recibe con alegría, sino como se recibe un problema. Muchos padres simplemente no los reciben, pues desaparecen apenas se enteran del embarazo, o lo hacen en los siguientes años.

No hay cifras confiables al respecto, pero más del 10% de los niños Colombianos ni siquiera conoce a su padre. Mas de cuatro de cada diez niños colombianos no viven con ambos padres.
Por supuesto, los hijos no deseados se concentran a los sectores de menores ingresos y menores niveles de educación, que son precisamente aquellos a quienes la crianza de los hijos no deseados ocasiona mayores dificultades económicas.

Además, mientras mas alto el nivel educativo, mayor tiende hacer la edad a la que las mujeres tienen su primer hijo, lo que generalmente les permite tener niveles mas altos de educación y alguna experiencia laboral valiosa por su autoestima y sus ingresos. En Colombia, la edad promedio de las mujeres cuando nace su primer hijo es 22 años; en Francia, 30 años.

Claro que la limitación de la natalidad puede llevar a extremos. La fecundidad en Europa, esto es, los hijos promedio por mujer, esta en 1, 5,2, lo que no alcanza para reemplazar a la población, que comenzaría a decrecer si no hubiera inmigración. El umbral en que la población se reemplaza, pero no crece, son 2,1 hijos por mujer.

En Colombia tenemos 2,4 hijos por mujer, muy inferior a los siete hijos por mujer de los años 70, pero todavía muy alta. Pero tanto la fecundidad como la tasa de crecimiento poblacional colombianas ocultan el hecho en que en sectores más pobres los hijos se tienen a edades muy tempranas y que el número de hijos indeseados es muy alto. Si los nacimientos no deseados se hubieran podido evitar, los niños por mujer en Colombia no serian de 2,4, sino 1,7.

Profamilia dice que la educación sexual en Colombia fracasó. Esto es evidente cuando se tienen más de 350.000 abortos anuales. Las adolescentes embarazadas han venido aumentando: veintiuna de cada cien adolescentes colombianas han estado encinta por lo menos una vez.

Ningún proyecto en Colombia puede ser más importante que lograr que todos los niños que nazcan sean deseados. Es indispensable una promoción masiva de la procreación responsable y el uso de medios de control de natalidad: en los medios de comunicación, las escuelas, y hasta con afiches de salones de acción comunal y tiendas.

Todos los medios de prevención del embarazo deben ser suministrados de manera gratuita por el sistema de salud y sin requerir ningún tipo de autorización de padres o esposos. Y la esterilización de hombres y mujeres que ya tengan hijos debe también realizarse de manera gratuita.


Enrique Peñalosa


viernes, 7 de septiembre de 2007

Comercio y vida urbana


Nueva york es la ciudad más segura de los Estados Unidos, porque la gente esta en la calle. Y está en la calle, porque las tiendas quedan cerca. Se va a pie al abasto, la panadería, la tintorería, al banco, al café, al gimnasio, a la estación del metro o al paradero de bus. Lo que hace un entorno urbano seguro es gente en las aceras y que la gente del vecindario se conozca, y se conocen es precisamente cuando caminan al abasto o a la farmacia. Cuando pasa gente por la calle se vuelven interesantes mirar por la ventana. Y eso también mejora la seguridad.

En los sectores de ingresos altos de las ciudades colombianas se creó el mito de que el comercio deterioraba las zonas residenciales. Efectivamente habían visto lo ocurrido con vías como la carrera 15 o la Pepe Sierra en Bogotá, la calle sexta en Cali o la avenida San Martín en Cartagena. Habían sido las calles residenciales más exclusivas. Entonces un delikatessen o una tienda de ropa elegante. Poco a poco aparecían otras tiendas y pronto se volvían los sectores más exclusivos. Pero casi tan rápidamente comenzaban a deteriorarse, en su valor, en seguridad. Parecía como si el comercio escogiera las mejores calles, las usaban hasta que las acababan como un cáncer y luego buscaba otra bella calle para repetir el proceso.

Las calles comerciales del mundo no solo se deterioran, sino que se mantienen y aumentan su valor y prestigio: La Quinta Avenida en Nueva Cork, el Faubourg Saint Honoré o los Campos Eliceos en París, Ginza en Tokio, la Vía Venneto en Roma… Es evidente que el comercio en si mismo no deteriora. Lo que acabó con las vías comerciales en Colombia fueron las bahías de estacionamiento labradas sobre las aceras y, en ocasiones, los avisos luminosos demasiado grandes. Lo que destruye la calidad urbana no es el comercio, sino el deterioro del espacio público peatonal.

En las ciudades del mundo hay apartamentos de varios millones de dólares con tiendas o restaurantes en el primer piso. Pero en nuestras ciudades se volvió una obsesión mantener alejado al comercio de lo residencial. Lo que lleva a incongruencias, como inclusos en zonas de alta densidad sea necesario ir en el carro a comprar un pan. Como la gente no camina, se vuelve barrios aburridos e inseguros. Y claro, los porteros de los edificios venden cigarrillos, gaseosa y hasta leche.

En las ciudades de calidad, las mejores tiendas jamás están en los centros comerciales. Necesitamos revivir el comercio de calle, eso si, sin permitir que un solo centímetro de acera se convierta en estacionamientos. Necesitamos que aun en las zonas residenciales más exclusivas haya abastos, panaderías y otro comercio local para que los niños salgan a comprar un helado, para que caminemos en el café y allí encontraremos caras conocidas. Para que nuestras ciudades tengan vida y sean más amables y seguras, hay que revisar las normas que restringen demasiado el comercio local en los entornos residenciales. Ese comercio, por supuesto, es para ir a pie y no necesita facilidades de estacionamiento, ni avisos vistosos.

Enrique Peñalosa